jueves, 14 de julio de 2011

VIDAS REFUGIADAS

A menudo olvido que vivo entre gente refugiada. Es lo que sucede cuando vives a unos cuantos kilómetros de ellos, pero no llegas a integrarte en su cotidaneidad, por tener unos movimientos muy limitados y moverte en un entorno distinto al suyo.

Quizás por eso, me guste tanto la distribución, porque son los días en los que realmente puedo ver como por  un agujero en la pared, como viven. Sus viviendas no tienen más adorno que cuatro paredes blancas y sus muebles quedan reducidos a unas alfombras, y una chapa de aluminio que hace las funciones de techo. Cuando se trata de agasajar a sus invitados, tienen siempre tiempo para ofrecer unas estupendas tazas de té y una charla que se puede prolongar varias horas, ya seas un amigo, un familiar o un completo desconocido.

Los saharauis, no admiten una actitud de superioridad o paternalismo por parte del extranjero, por lo que son tratados de igual a igual.
Según el Derecho Internacional Humanitario (que es el que se aplica en tiempos de guerra y cuyo percusor fue Henry Dunant, fundador del movimiento de la Cruz Roja, después de presenciar las consecuencias en costes humanos de una batalla), el desplazamiento masivo (o sea, la existencia de refugiados) dentro del mismo país o cruzando fronteras, se debe evitar en todo momento. Sólo se incentivará y aplicará en caso de que no haya más alternativas y cuando corran peligro las vidas de las personas que se quiere proteger. En todo momento, esta situación debe de ser lo más breve posible y se debe de tratar la vuelta de los refugiados a sus hogares, siempre y cuando el peligro que motivó el desplazamiento haya finalizado. 

Es decir, se trata de evitar  que un pueblo se desplace de forma masiva y permanentemente, lejos de su hogar.  Sin embargo, los saharauis llevan viviendo 36 años como refugiados.

Es por este concepto de "temporalidad" que se le da al refugiado, que suceden cosas tan paradójicas como que ciertas instituciones no pueden contratar saharauis, porque según su normativa no contratan a refugiados.
El territorio que habitan los saharauis es profundamente inhóspito. No es posible la existencia de una agricultura autosuficiente para abastecer a toda la población. A falta de industria, turismo, pesca y agricultura, sus ingresos proceden de la buena voluntad de los países  extranjeros y de las transferencias de los familiares que viven en otros países. 

Si bien es cierto que muchos tienen formación superior (han estudiado en Cuba, Libia, Argelia…), de poco les sirve si quieren continuar viviendo aquí, porque hay muy pocas posibilidades de poder ponerlo en práctica. 

¿Qué esperanza se puede tener en un país en el que un médico cobra 70 euros al mes? La situación de este sector, concretamente, genera un gran debate, ya que se forman con grandes esfuerzos (en términos de tiempo y coste) y posteriormente, los países occidentales que no han invertido capital en su formación, los contrata por varios miles de euros al mes. ¿Consecuencia? A pesar de haberse formado muchísimo personal médico, la fuga masiva de capital humano, hace que haya una gran necesidad de médicos. 

Y sin posibilidad de tener una vida digna, ¿qué les queda? Sólo hay una respuesta posible: su orgullo.
Al contrario que me ocurrió en Madagascar, donde la primera palabra que aprende un niño malgache no es “mamá”, sino “cadeau” (palabra que dicen a todo blanco que ven y que significa: “regalo”), los saharauis no piden regalos o limosnas. Saben que se han vulnerado sus derechos, y exigen lo que saben que les pertenece:  volver a tener una vida digna en un hogar del que nunca eligieron libremente marcharse.  

A pesar de la apatía internacional, no se puede perder la esperanza de que la palabra “refugiado”, algún día, deje de acompañar la palabra “saharaui”.

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