jueves, 21 de julio de 2011

EL LADRON DE DROMEDARIOS

En un tiempo y lugar indeterminados del Sahara, vivía Mamun, un hombre que dedicaba todas las atenciones a su familia y a sus dromedarios. Los múltiples mimos que profesaba Mamun a sus animales eran recompensados, ya que Mamun contaba con los mejores jorobados del desierto.

Una noche, apareció un desconocido en su jaima que necesitaba un lugar donde dormir. Mamun, siguiendo la tradición saharaui, no dudó en asignarle al desconocido la jaima más grande, y él y su familia se trasladaron a la jaima más pequeña.

Y así, pasaron varios días en los que la familia de Mamun prodigó múltiples cuidados a su invitado.

Un día, Mamun invitó al desconocido a hacer un viaje con sus dos mejores dromedarios. Cuando ya se encontraban lejos de las jaimas, el desconocido empezó a galopar. Era un ladrón de dromedarios, quien sabiendo las bondades de los animales de Mamun, había ido a su hogar con el firme propósito de robarle.

Mamun, al darse cuenta de lo que sucedía, hizo una señal al ladrón para que parase. Éste lo hizo, aunque se mantuvo a una distancia prudente para que no le pudiese dar alcance.

Mamun le suplicó al desconocido: “sólo te quiero pedir un favor, no le cuentes a nadie lo que acaba de suceder”.

El ladrón soltó una sonora carcajada: “de acuerdo, Mamún, no te preocupes tu orgullo no será herido. Nadie sabrá cuan fácil que fue robarte una de tus preciadas joyas”.

A lo que Mamun le replicó: “no has entendido nada. Si no quiero que nadie lo sepa no es porque mi dignidad esté en peligro. Si se corre la voz de que ofreciendo hospitalidad a los extraviados por el desierto puedes sufrir un robo, los saharauis van a empezar a desconfiar de los demás y no van a ofrecer su hospitalidad a los extraños. Así, aunque una persona se pierda en esta inhóspita tierra y divise una jaima, dejará de tener la seguridad de que ha salvado su vida”.

El ladrón, al darse cuenta de las consecuencias que podía tener su robo, devolvió el dromedario a su propietario.

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